Al realizar la santa Madre su proyecto, la divina Providencia le dio a san Juan de la Cruz por compañero. En efecto, tan pronto como Teresa lo conoció y echó de ver que estaba movido de sus mismos deseos y preparado por el Espíritu Santo, lo ganó para su carisma, descubriéndole la idea de renovación espiritual en la misma Orden de la santísima Virgen. Sin pérdida de tiempo lo inició en el estilo de vida que había implantado entre las monjas. Así nuestro santo Padre comenzó esta forma de vida en total sintonía con los criterios y el espíritu de Teresa.
Precisamente la santa Madre consideró a Fray Juan como «muy padre de su alma», mientras le tuvo de director espiritual. Él, a su vez, reconoció en ella a la iniciadora del Carmelo renovado, atribuyéndole de buen grado el carisma que Dios otorga a los fundadores. Así, pues, los dos Santos, por el hecho de impulsar toda la Orden carmelitana, lo mismo la masculina que la femenina, a un nuevo estilo de vida, «echaron en cierto modo los nuevos cimientos de la Orden» (Constituciones 11).
La principal causa por que en la Ley de escritura eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen revelaciones y visiones de Dios, era porque aún entonces no estaba bien fundamentada la fe ni establecida la Ley evangélica, y así era menester que preguntasen a Dios y que él hablase, ahora por palabras, ahora por visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas, ahora entre otras muchas maneras de significaciones, porque todo lo que respondía, y hablaba, (y obraba), y revelaba, eran misterios de nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a ella; que, por cuanto las cosas de fe no son del hombre sino de boca del mismo Dios…
Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la Ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces. Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.
Y éste es el sentido de aquella autoridad con que comienza san Pablo (Heb 1,1-2) diciendo: Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y de muchas maneras, ahora a la postre, en estos días nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez. En lo cual da a entender el Apóstol que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo (Subida del Monte Carmelo, 2S 22,3-4).