Con el alba de una mañana de marzo, el día 28 del año del Señor de 1515 en Ávila – Espana, en medio de una ciudad amurallada, simulando un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, aparece reluciente, como la princesa bellísima de la que habla el salmo 44, la que en su momento sería la dama que diera jaque mate al rey del cielo. Teresa, la grande, la bella, la inteligente, la vanidosa, la andariega, la loca, la embriagada de amor, la fundadora, la humilde, la contumaz y rebelde, la de los amores juveniles, la del amor acrisolado al fuego, la de los éxtasis, la transverberada…, en fin, Teresa la enamorada. Creció como crecen las rosas de un jardín cuidado y, poco a poco se fue abriendo al mundo y obnubiló a no pocos con su belleza, con su gracia, con su bello andar, con el deleite de sus palabras…tampoco el Dios de los cielos sucumbió ante tal prodigio.
Y creció, y se hizo bella –como dice el profeta Ezequiel hablando del pueblo elegido- y, también, como éste, se perdió y, finalmente, se hizo la encontradiza y fue “ganada”. “Mal utilicé los dones de gracia que el Señor me había regalado…los utilicé para ofenderlo” –confesará en su edad adulta-.
Ya conquistada o en camino de serlo, Teresa no dejará de ser “la subversiva y rebelde”, quizás ahora más que nunca, porque no podrá callar nuca más ni acallar su alma que constantemente hablará del Dios que la ha conquistado, del único que pudo seducirla después de empeñarse muchos años con ella.
Pero el amor vence. Venció la altivez de aquella que Él mismo había creado para Sí. Ya conquistada y entregada no puede más que vivir para Otro; ya no es ella, nunca más será Doña Teresa de Cepeda y Ahumada, la de la honra, la de las vanidades del mundo, la del coqueteo con los amores que iban secando su alma; en adelante será Teresa, simplemente Teresa…la de Jesús. Así, a secas…sin más…la descalza…la enamorada…la de los caminos…Ponerse en camino, sí, esa será su única verdad, su única pasión, la razón de su vida. El camino será su convento y el ancho espacio del mundo será su clausura. Nació para grandes cosas y no puede contener su alma; ésta se dilata en cada fundación, en cada “palomarcico” de sus monjas y en cada “portalico de Belén” de sus frailes y así, entre cielo y cielo transcurre su vida.
DICHOSO EL CORAZÓN ENAMORADO
Dichoso el corazón enamorado
que en solo Dios ha puesto el pensamiento;
por él renuncia todo lo criado,
y en él halla su gloria y su contento.
Aun de sí mismo vive descuidado,
porque en su Dios está todo su intento,
y así alegre pasa y muy gozoso
las ondas de este mar tempestuoso.
NADA TE TURBE
DICHOSO
VIVO SIN VIVIR EN MI
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