Abellín es una pequeña aldea de Galilea. Aquí nace Mariam Baouardy el 5 de enero de 1846, hija de Jorge Baouardy y María Shahine. Según el rito griego, fue bautizada y confirmada diez días después en una iglesia de la aldea, dedicada a San Jorge.
Dos años más tarde nació otro hijo, al que le dio el nombre de Boulos (Pablo). La tranquilidad duró poco. Cuando Mariam cumplió tres años perdió al padre y a la madre en pocos días. Un tío paterno acogió a Mariam y una tía materna a Pablo. Desde aquel día los dos hermanos se separaron y no se volvieron a ver más.
Algunos años después se trasladó junto con su tío a Alejandría, en Egipt. Aquí Mariam creció y al cumplir los trece años, según la costumbre oriental, fue prometida en matrimonio con un primo suyo. Se hicieron los preparativos, pero para sorpresa de todos Mariam rechazó el matrimonio. Nada valieron los intentos para convencer a Mariam por las buenas ni se consiguió nada por la intervención de un sacerdote y un obispo amigo de la familia. Por esta causa su tío la castigó enviándola a trabajar en la cocina.
Pasados tres meses Mariam pensó que su hermano Pablo la podía ayudar y decide enviarle una carta rogándole que fuera a socorrerla. La llevó a un musulmán que conocía por haber sido un antiguo sirviente de su tío. Mariam fue muy bien acogida por el hombre, su madre y su mujer quienes le invitaron a cenar. Los anfitriones le ofrecieron su ayuda si se convertía a la religión musulmana cosa que ella rehusó. El musulmán enojado por esta negativa, la hirió gravemente en el cuello con un arma blanca y la abandonó en un camino desértico. Mariam no supo nunca quién la curó ni como logró sobrevivir, siempre lo atribuyó a la intercesión de la Virgen María.
Después de todo esto Mariam se ganó la vida como doméstica, sirviendo en varias familias de Alejandría, Jerusalén, Beirut donde se le ofreció ir a Marsella para entrar al servicio de una familia Najiar. Llegó a Francia en mayo de 1863 y fue empleada como cocinera.
En 1865 ingresa en las hermanas de San José de la Aparición, pero en 1867 la despiden a causa de los hechos extraordinarios de su vida espiritual, considerándola apta para la vida de clausura. No todas las hermanas estuvieron de acuerdo con la decisión, por eso, la Madre Verónica que se preparaba para entrar en el Carmelo de Pau, le propuso que le acompañara. Mariam aceptó y las carmelitas descalzas la aceptaron.
El 27 de julio de 1867 vistió el hábito en el monasterio de Pau y el 21 de agosto de 1870 partió para Mangalore (India) entre el grupo de fundadoras de Carmelo en estas tierras. Aquí profesó el 21 de noviembre de 1871. Tomó el nombre de María de Jesús Crucificado.
A causa de algunas extraordinarias manifestaciones de misticismo que no tenía explicación, fue juzgada como endemoniada por lo que la mandaron de nuevo a Pau en septiembre de 1872.
Poco después de su regreso, María empezó a hablar de una fundación en Belén. La idea fue acogida con mucha frialdad, pero después de mucha contradicción y dificultad, el proyecto salió a flote, arribando a esta ciudad el 12 de septiembre de 1875.
El 21 de noviembre de 1876 se instala la comunidad en el nuevo convento aún inconcluso. María declara que es necesario fundar otro Carmelo en Nazaret del cual pudo ver el terreno en que se construiría.
De vuelta en Belén siempre estuvo vigilante de los trabajos. El 22 de agosto yendo por los cubos de agua cayó fracturándose el brazo izquierdo. El mal se gravó y al día siguiente apareció la gangrena.
El día 25 la asistió un cirujano quien constató que ya no podía hacerse nada. Le fueron administrando los sacramentos. A las cinco se rezó el ángelus. Le fue sugerida la invocación Jesús mío ¡misericordia!, y ella dijo: “¡Oh si, misericordia!” y entregó su buena alma al Creador. Era el 26 de agosto de 1878.
Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 13 de noviembre de 1983 y canonizada por el papa Francisco el 17 de mayo de 2015.
Conocida como la “florecilla Árabe” por su sencillez y el perfume de virtudes que exhala. Santa María de Jesús Crucificado nos enseña mucho con su humildad, el haber deseado permanecer en los cargos más humildes y conservando su estado de lega, ante una sociedad que busca llamar la atención, haciéndonos ver como actores de novelas; María nos muestra que a pesar de lo extraordinario que pueda ocurrirnos la verdadera alegría no se encuentra en figurar con nuestras experiencias, mucho menos si ésta son entre nosotros y Dios.
María de Jesús también es una estigmatizada que nos invita a caminar por el sendero de la sencillez por donde llegaremos a conformarnos con Cristo, es decir a hacernos semejantes a Él y ser para siempre uno con Jesús.