Santa Isabel de la Trinidad

María Josefina Isabel Catez Rolland, nace en Avor, Francia, el 18 de julio de 1880. Su padre fue militar, se llamó Francisco José, su  madre se llamó María y su Hermana menor Margarita. Fue bautizada el 22 de julio del año en que nació. Desde pequeña solía tener arrebatos de cólera junto con una sensibilidad exquisita.

Isabel y su familia se trasladaron a Dijón, visitándola en esta ciudad la tribulación de la orfandad. Muere su padre el 2 de octubre de 1887 cuando ella tenía siete años de edad.

El 8 de junio de 1891 hizo la Primera Comunión. Luego de la ceremonia, junto con su madre y su hermana fue a visitar a las carmelitas descalzas. La priora le explica que el nombre de Isabel significa “casa de Dios”. Isabel nunca olvidará esto sino que lo vivirá y hará de esto el germen de toda su vida espiritual.

Era una pianista brillante. A los catorce años fue premiada en el conservatorio y ese mismo año sintió el llamado al Carmelo. El 22 de abril de 1894 hace voto de virginidad consagrándose a María y se lo comunica a su madre. Su madre al escuchar esto y sus deseos de entrar al Carmelo le da la negativa a la realización de su vocación como Carmelita.

En 1901 visitó por última vez Lourdes donde se sintió consolada. Terminada esta peregrinación, retornó a Dijón, donde había elegido ingresar como Carmelita Teresiana porque su madre al fin convencida de su vocación no quiso ponerle más dificultades y le concedió el permiso para entrar al Monasterio al cumplir los veintiún años.

En 1901, el 2 de agosto, luego de haber oído misa y comulgado con su familia, ingresó en el convento tomando el nombre de Isabel de la Santísima Trinidad. Profeso el 11 de enero de 1903.

En el Carmelo empezará su carrera a la santidad, convirtiéndose como ella misma nos dice en “Alabanza de Gloria” de la Santísima Trinidad.

En 1905, en el mes de marzo, se empieza a manifestar en Isabel los primeros síntomas de fatiga física; en junio es relevada de su oficio de tornera segunda y descansa un poco  para recuperar salud.

Ya hacia la mitad de cuaresma de 1906 fue necesario instalarla en la enfermería con síntomas de una grave enfermedad. Sus fuerzas físicas habían decaído por completo. El 8 de abril tras una fuerte crisis de la enfermedad que la aqueja, recibe la Unción de los enfermos. Sale de esta crisis, pero sigue convaleciente en la enfermería.

El 31 de octubre de este mismo año le sobreviene una nueva crisis de su enfermedad y recibe nuevamente el Sacramento de la Unción de los enfermos.

El 1 de noviembre comulga por última vez en su vida y comienza su agonía lenta y dolorosa. No puede tomar ni siquiera una gota de agua, sus dolores de cabeza son intensos, se piensa en una posible meningitis. Tiene los ojos sanguinolentos y casi siempre cerrados, cuando habla apenas se le entiende, pero conserva su lucidez mental.

Llega con este estado hasta el 9 de noviembre. La madre Priora, Germana de Jesús, leía por última vez a su hija espiritual el capítulo diecisiete del Evangelio de Juan, la que contiene la oración sacerdotal de Cristo y al toque del ángelus, a las seis de la mañana de aquel 9 de noviembre de 1906, víctima de la enfermedad de Addison, partía hacia el Padre exclamando: “Me voy a la luz, al Amor, a la vida”.

Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 25 de noviembre de 1984 y canonizada por el papa Francisco el 16 de octubre de 2016.

Isabel de la Trinidad encuentra la fuente de toda su espiritualidad en la comprensión de la inhabitación Trinitaria, es decir en aquel misterio que nos explica como habita la Santísima Trinidad en nuestras almas desde que somos bautizados. Cuando Isabel supo que su nombre significa Casa de Dios ella se llena de alegría y va llevando su vocación por ese Misterio. Dios está en mí y si Dios está en mí el cielo está en mí.

Hoy nosotros podemos aprender de Isabel a vivir a plenitud nuestro bautismo, a reconocer y constantemente recordar que somos templos de Dios, que la Santísima Trinidad habita en nuestras almas y por ello debemos ser una ofrenda agradable a Dios, siendo coherentes con nuestra vida, siendo signo de quien vive en mí, para ser gloria de alabanza de la Trinidad.  

Elevación a la Trinidad