Beato Francisco Palau y Quer

Nació el 29 de diciembre de 1811 en Aytona, Lérida, España. Fueron sus padres José Palau y María Antonia Quer. Francisco fue el séptimo hijo de los nueve que tuvieron el matrimonio Palau y Quer. Como era la costumbre de la época, francisco fue bautizado el mismo día que nació y recibió la confirmación el 11 de abril de 1817.

En 1828 por recomendación de Juan Camps, párroco de su pueblo natal, logra una beca que le permite ingresar en el Seminario de Lérida donde estudió por cuatro años filosofía y teología. En este espacio de tiempo reconoce que su vocación no es el sacerdocio, tampoco el matrimonio. Decide ser religioso en el Carmelo Descalzo. Francisco renuncia a la beca conseguida cuatro años antes e ingresa a los pocos meses en el Carmelo Teresiano, vistiendo el hábito el 14 de noviembre de 1832 en Barcelona, adoptando el sobrenombre religioso de Francisco de Jesús, María y José. Profesó el 15 de noviembre de 1833. Los Superiores le aconsejaron que continúe con sus estudios sacerdotales.

El 25 de julio de 1835 fue incendiado el convento en el que él vivía. En esta toma del convento, los frailes huyeron, menos Fray Francisco que se detuvo a ayudar a un religioso anciano que no se podía valer por sí mismo, siendo apresado y llevado a la prisión barcelonesa de la ciudadela.

Durante este tiempo de exclaustración que se ve alargar, los superiores le piden a Francisco se prepare para la ordenación sacerdotal y él obedece con todas las disposiciones interiores. Es ordenado sacerdote el 2 de abril de 1836. Ha aceptado el sacerdocio sin renunciar a su vocación religiosa en el Carmelo Teresiano.

En 1840 el 21 de julio junto con otros ocho compañeros cruzan la frontera francesa. Este destierro duro once años, regresando a España a finales de abril de 1851.

El 16 de noviembre de 1851, inaugura la “escuela de la Virtud”, Francisco ha visto que la mejor forma de ganar a la incredulidad y al fanatismo es por medio de la enseñanza. Los sectores anticlericales y revolucionarios de Barcelona se dan cuenta del peligro que para ellos representa esta “escuela de la Virtud” y terminan cerrándola y desterrando a Francisco a Ibiza, el 9 de abril de 1854.

En el Vedrá (islote frente de Ibiza), en las entrañas de roca y en la soledad, vive las vicisitudes de la Iglesia inmerso en su misterio.

En 1860 regresa a Barcelona, gracias a la amnistía dada por el gobierno central de Madrid. Empieza a renacer su afán fundacional, ayudado por Juana Gratias, poniendo en marcha el Carmelo misionero con la fundación de Ciudadela entre 1860 y 1861 y luego Barcelona, Vallcarca y a los dos años después por Cataluña y ato Aragón.

Predica misiones populares en las islas y en la península extendiendo la devoción mariana a su paso.

Viaja a Roma en 1866 y lo hace nuevamente en 1870 para presentar sus preocupaciones sobre el exorcistado a los padres conciliares del Vaticano I.

Pasó sus últimos años entre actividades de fundador y sus retiros contemplativos en el Vedrá o en Vallcarca.

En 1872 en febrero visita a las hermanas de Aytona, su ciudad natal. Tiene que volver con prisa a Barcelona y parte sin demora el 10 de marzo de 1872.

Llega a Tarragona enfermo y cansado. Su estado se agrava cada vez más, lo atienden con los últimos sacramentos y en un suspiro dice “¡Dios mío habéis trocado mi suerte!”. Con estas últimas palabras una pulmonía lo llevaba a contemplar cara a cara a Dios. Era el 20 de marzo de 1872.

Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 24 de abril de 1988.

El beato Francisco Palau nos ofrece un mensaje eclesial lleno de amor, nos invita a buscar la forma de combatir a  aquellos que atacan a la Iglesia; él descubre en la enseñanza la manera de combatir la falta de fe. Crear valores en la juventud en su ideal y esto debemos tomar como mensaje actual, formarnos y formar a las generaciones futuras en valores cristianos y humanos que se vayan convirtiendo en virtudes que adornen nuestra Iglesia real que somos todos nosotros.

El beato Francisco nos enseña de palabra y de obra que el camino es duro, pero basado en esfuerzo y perseverancia lograremos realizarnos en Cristo y su Iglesia. Nos invita a hacer en nosotros vida su frase: “vivo y viviré por la Iglesia, muero y moriré por ella”.