En Almendral, pueblo de la provincia de Ávila – España, nació el 11 de octubre de 1549 Ana, hija de Hernán García y de María Manzanas. Fue bautizada el mismo día que nació. Contaba diez años cuando murieron sus padres, quedando al cuidado de sus hermanos, quienes le enviaron a cuidar de las ovejas donde recibía frecuentemente visitas del Niño Jesús. Con Él jugaba y le pedía le llevara a lugares donde no hubiera nadie y así vivir solamente en su compañía.
A los quince años su hermana quería desposarla con un hermano de su esposo. Cuando tenía todo preparado para la presentación, Ana se presentó con la ropa más destrozada y con el rostro tiznado, evitando así este matrimonio.
Conversando un día con su confesor, que sabía de sus deseos de ser religiosa, éste le habló sobre la madre Teresa de Jesús que acababa de fundar un convento en Ávila y le propone arreglar todo si es que ella deseaba ingresar en este lugar. Ella aceptó la proposición y las monjas de San José la aceptan a ella, pero le exigen que se presente al monasterio.
Ana cuenta a sus hermanos lo que ha hecho. Ellos lo toman mal, pero como eran temerosos de Dios no se lo prohibieron y la acompañan hasta Ávila, donde Ana conversa en el locutorio con las monjas. Ellas le dicen que no la pueden aceptar por el momento por no encontrarse en esos días la madre Teresa. Ana sale encantada de esta visita.
Ya en su casa, Dios la probó con una enfermedad de la que no encontró alivio en la tierra. Así decidió peregrinar hasta una ermita que estaba dedicada a San Bartolomé. Hizo el camino con mucha fatiga y al llegar a la ermita se quedó totalmente tullida. Tuvieron sus hermanos que meterla cargada en brazos quedando al instante completamente sana y viendo que ya podría realizar sus deseos de ser religiosa.
Al regresar a su casa se encontró con la grata sorpresa de una carta del monasterio de San José de Ávila, que le decía que fuera cuanto antes. Al comunicar esto a sus hermanos, uno de ellos trató de herirla con una espada pero fue defendida por una hermana suya.
Ana, después de haberle contado esto a su confesor, retorna a su casa y pide perdón a sus hermanos. Esto los conmueve y la acompañan entre lágrimas a Ávila. Llegó el 1 de noviembre de 1570, día en que ingresó como la primera hermana lega de la reforma carmelitana con el nombre de Ana de San Bartolomé en acción de gracias a este santo por su curación, profesó el 15 de agosto de 1572.
En 1577, Santa Teresa sufre una fractura del brazo izquierdo y tomó a Ana como enfermera. Ana, que no sabía escribir, por obra de Dios, méritos de Santa Teresa y la obediencia que ella ponía, aprendió a escribir y se convirtió en secretaria muy particular de la mística doctora.
En 1579 mandan a Santa Teresa visitar los conventos fundados por ella. En esta nueva travesía se lleva a Ana y en 1582, en el mes de octubre, muere la Santa en sus brazos, siendo Ana la que recoge aquellas últimas palabras de Santa Teresa: “al fin muero, hija de la Iglesia”.
Muerta Santa Teresa. Ana decide quedarse en Alba de Tormes, pero los superiores le ordenan volver a su convento de Ávila y en 1591 es trasladada a Madrid.
En 1604, piden desde Francia hijas de la Madre Teresa de Jesús para llevar la renovada vida carmelitana más allá de los límites de España y la hermana Ana es convocada para este fin, pasan por ella y junto a Ana de Jesús, Isabel de los Ángeles, Beatriz de la concepción, Leonor de San Bernando e Isabel de San Pablo sale rumbo a Francia.
El 6 de enero de 1605 recibió el velo negro, dejando por obediencia su condición de lega y recibiendo este mismo día la patente como priora del nuevo monasterio de Pontoise. Se fundó en Tours. Acabado su trienio de priora en este convento volvió a París, donde los padres carmelitas descalzos, le dieron patente para ir a fundar a Amberes (Bélgica). Llegó con sus carmelitas descalzas a Amberes el 29 de octubre y el 6 de noviembre de 1612 tomó posesión de una casita hasta que más tarde adquirió el terreno donde construyó el monasterio.
En 1622 el Príncipe de Orange, Mauricio Nassau, con doce mil protestantes, intentó conquistar Amberes. Ana reunió a sus monjas en oración, muchos atribuyeron a este acto como aquel que salvo la ciudad de ser sitiada porque, todos los buques protestantes se hundieron en el mar.
El 4 de junio de 1626, cayó gravemente enferma. El viernes 5 y el sábado 6 los pasó aún con la alternativa de comulgar, ya el domingo el médico le ordenó no levantarse; hacia el mediodía sintió que ya era hora y mandó avisaran a los padre carmelitas descalzos para que rezaran un Ave María por ella y lo mismo pidió a sus hijas.
Al atardecer del día 7 de junio de 1626, fiesta de la Santísima Trinidad, inflamada de amor de Dios, como su santa madre Teresa de Jesús, entregó su alma al Creador.
Fue beatificada por el papa Benedicto XV el 6 de mayo de 1917. La beata Ana nos enseña con su humildad y su sencilla forma de obrar, las grandes maravillas que Dios puede realizar en nosotros si nos disponemos.
Compañera de viajes de la Santa madre Teresa de Jesús en sus últimos años en este mundo, es Ana la que recoge y desde luego guardó en su corazón aquella frase “al fin muero hija de la Iglesia” Palabras que impulsaron su deseo de ir a tierras donde tantos cristianos daban la espalda a la Iglesia de Roma por las grandes corrientes protestantistas y así paso por Francia y finalmente se quedó en Amberes (Bélgica), fiel al espíritu de Teresa y a ese amor que profesó a la Iglesia su santa fundadora, Ana se vuelve en un ejemplo de oración y fidelidad por y para la Iglesia.